martes, 13 de enero de 2015

MICRORRELATOS LEÍDOS EN LOS MIÉRCOLES A ESCENA.

Los Miércoles a Escena es una actividad artística en la que el alumnado del IES Leonardo Torres Quevedo interpreta escenas de teatro, piezas de baile contemporáneo, de música y de danza artística y/o deportiva ante los alumnos del centro mostrando sus habilidades. La actividad se realiza durante el primer recreo todos los miércoles del curso lectivo en el aula Juanjo Mier acondicionada para acoger dichos espectáculos. Para completar la actividad este curso se leen tanto microrrelatos escritos por los propios alumnos del centro como otros seleccionados y pertenecientes a grandes autores de la literatura contemporánea con la finalidad de difundir la tarea literaria y la imaginación.

EL DINOSAURIO - Augusto Monterroso.
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. 


COPOS DE NIEVE – Sara Romón Peña. (2º ESO)
Me despierto de un sueño profundo… No sé dónde estoy, solo sé que al frente se alza una blanca luz. Me doy la vuelta, detrás, la oscuridad misma. Aun lado y a otro luces de colroes van de aquí para allá, unas a la luz y otras a la oscuridad. Son tan diferentes como copos de ni8eve y yo tengo que elegir, como ellos como ser y como seré sin importar el cómo fui.




UN SUEÑO –Jorge Luis Borges.
En un desierto lugar del Irán hay una no muy alta torre de piedra, sin puerta ni ventana. En la única habitación (cuyo piso es de tierra y que tiene la forma del círculo) hay una mesa de madera y un banco. En esa celda circular, un hombre que se parece a mí escribe en caracteres que no comprendo un largo poema sobre un hombre que en otra celda circular escribe un poema sobre un hombre que en otra celda circular... El proceso no tiene fin y nadie podrá jamás leer lo que los prisioneros escriben.


David y Óscar.
HABITACIÓN 23- Ruth Velasco Fernández. (1º Bachillerato)
Susurros en la noche, oscuridad extrema, porqué que se repiten constantemente en mi cabeza y una sala de hospital vacía, o no tan vacía… Suspiro y suelto un grito desesperanzado de ira, chirridos en las puertas y ventanas de la habitación veintitrés.





FÁBULA DE UN ANIMAL INVISIBLE – Wilfredo Machado.
El hecho -particular y sin importancia- de que no lo veas, no significa que no exista, o que no esté aquí, acechándote desde algún lugar de la página en blanco, preparado y ansioso de saltar sobre tu ceguera.







CUATRO – Paki Sánchez Jiménez. Ganadora del I Concurso de “Microterrores”
En un cuarto piso de la cuarta ciudad más grande del mundo, a las tres horas más una de la madrugada, se oye un grito que dura apenas nueve menos cinco segundos. Doce menos ocho seres bajo un mismo tejado, dos pequeños gatos teñidos de rojo que se lamen los bigotes, más dos almas. Una, ha dejado de respirar… La otra, sale con prisa para cometer su asesinato número cuatro.



EL PERRO QUE DESEABA SER UN SER HUMANO – Augusto Monterroso.
En la casa de un rico mercader de la Ciudad de México, rodeado de comodidades y de toda clase de máquinas, vivía no hace mucho tiempo un Perro al que se le había metido en la cabeza convertirse en un ser humano, y trabajaba con ahínco en esto.

Al cabo de varios años, y después de persistentes esfuerzos sobre sí mismo, caminaba con facilidad en dos patas y a veces sentía que estaba ya a punto de ser un hombre, excepto por el hecho de que no mordía, movía la cola cuando encontraba a algún conocido, daba tres vueltas antes de acostarse, salivaba cuando oía las campanas de la iglesia, y por las noches se subía a una barda a gemir viendo largamente a la luna.

MALOS SUEÑOS - Simón Pérez Hornero. 2º  Bachillerato.


Simón durante la lectura de su relato.
Despiertas en medio de la noche. Es noche de cielo despejado, luna clara y resplandecientes estrellas. El viento sopla rítmicamente, haciendo que las contraventanas del dormitorio choquen con fuerza contra la fachada de la casa.
Un profundo sentimiento de angustia dificulta tu respiración mientras recuerdas haber tenido una pesadilla: caías hacia un oscuro abismo que parecía no tener fin. Te incorporas como buenamente puedes mientras inspiras con lentitud y fijas tu mirada en el jardín, que se ve desde la ventana. Tiene las flores favoritas de mamá: rosas, amapolas, margaritas... La luz de luna les otorga un aspecto lúgubre, fantasmagórico, siniestro.
La sensación de sueño parece haberse desvanecido por completo. Buscas las zapatillas sirviéndote de la tenue luz que se abre paso a través del cristal, sin éxito, así que sales con los pies desnudos al pasillo y lo atraviesas con sigilo. Aquella noche el pasillo lucía oscuro y estrecho, propio de películas de terror. Muerdes el cuello de la camiseta al notar otro escalofrío y llegas al principio de las escaleras, que van a dar al recibidor. Siempre te ha dado apuro bajar a oscuras. Un pie en esas escaleras y tu mente comenzaría a inventar todo tipo de situaciones, cada una peor que la anterior. Pero aún así desciendes raudo y cuidadoso, procurando que la madera no cruja bajo tus pies. Una vez abajo, decides ir al salón. Lo que no sabes es que te arrepentirías de haberlo hecho. La primera imagen que invade tus retinas provoca que el corazón se te desboque, la respiración se te corte y tus pupilas se dilaten. Una mezcla de sentimientos que no comprendes inunda tu cuerpo y, a pesar de ello, te aproximas para comprobar que lo que ves no es fruto de tu imaginación. ¿Era la alfombra de color carmesí? La luz de luna que se colaba entre las cortinas reveló la respuesta. En ese momento ni las lágrimas acuden a tus ojos. Un golpe seco te saca del shock, girándote bruscamente hacia la cocina. Solo tardas unos segundos en volver en ti. Ahora tu atención se centra en la silueta que hay en la puerta. Sientes una airosa mirada clavada en tí, escrutando cada recoveco de tu anatomía, estudiándote en menos de un instante. Acechándote. No puedes evitar fijarte en su mano izquierda, cuyos dedos sujetan un cuchillo de tonalidad similar a la alfombra. El sudor frío recorre tu espalda, agarrotando tus músculos el suficiente tiempo como para que la silueta se acerque a tí y, antes de que pueda alcanzarte, corres escaleras arriba. Pasos acelerados siguen los tuyos. La madera cruje con violencia. Al llegar arriba, atraviesas el pasillo y cierras tras de tí la puerta del dormitorio. Intentas colocar la silla delante de ella, pero no hay tiempo. Avanzas hasta la ventana y la abres de par en par, asomándote, calculando distancias. La puerta de tu cuarto se abre y antes de que la figura pudiese alcanzarte, saltas al jardín.
Suelo. Un amargo dolor se apodera de tus piernas. No puedes correr. Es más, caes de bruces al suelo. Pero no es momento de reparar en dolores. Alargas los brazos y te arrastras tan deprisa como te permiten, dejando atrás el jardín, la casa...
La noción del tiempo es confusa. Lo único que sabes es que sientes dolor. Dolor y miedo. Y cansancio, pero la necesidad de alejarte te mantiene en movimiento. No paras...

Ha llegado un momento en el que los brazos han dejado de obedecerte. Giras la cabeza para mirar hacia atrás. Nada. Solo oscuridad. El dolor roza lo insoportable. El último atisbo de fuerza te abandona, al igual que tu consciencia.
EL CAMELLO - Eduardo Berti.
El camello había pasado ya la mitad de su cuerpo por el ojo de una aguja cuando dijo una mentira, le crecieron algo más las dos jorobas y quedó allí atrapado para siempre.






ESOS SECRETOS - Claudia Martín. (4º ESO)

Mirada perdida, ausente,
solitaria.
Cabeza baja, alma rota.
Sin pensar en nada, simplemente
observando. Escuchando.
Escuchándolo todo;
los gritos de dolor, angustia y
rabia.
No poder hacer nada.
Seguir observando, metida en tu mundo.
Darle mil vueltas a todo, sin ningún sentido.
¿Por qué actuamos de una manera o de otra?
¿Qué es lo que se valora?
Y un sin fin de preguntas que,
sin quererlo, me quitan el sueño.
Odiar ser tan frágil.
Débil en muchos casos.
Sin que nadie se dé cuenta,
me desvanezco.
Mi alma cansada
se va con el viento.
Con mi último adiós, un suspiro,
por esos sueños sin cumplir.
Esos secretos que,
conmigo me llevo.

UNA INMORTALIDAD- Carlos Almira.
El poeta de moda murió, y levantaron una estatua. Al pie grabaron uno de los epigramas que le valieron la inmortalidad y que ahora provoca la indiferencia o la risa, como la chistera, el corbatín y la barba de chivo del pobre busto. El Infierno no es de fuego ni de hielo, sino de bronce imperecedero.










CUBO Y PALA. Carmela Greciet.
Con los soles de finales de marzo mamá se animó a bajar de los altillos las maletas con ropa de verano. Sacó camisetas, gorras, shorts, sandalias... y aferrado a su buco y su pala, también sacó a mi hermano pequeño, Jaime, que se nos había olvidado.
Llovió todo abril y todo mayo.



LA CLEPSIDRA. Javier Puche
Perseguido por tres libélulas gigantes, el cíclope alcanzó el centro del laberinto, donde había una clepsidra. Tan sediento estaba que sumergió irreflexivamente su cabeza en las aguas de aquel reloj milenario. Y bebió sin mesura ni placer. Al apurar la última gota, el tiempo se detuvo para siempre.



DÍAS DE LLUVIA.
La lluvia había sorprendido a Ana en multitud de ocasiones, pero nunca antes había visto caer del cielo a hombres, mujeres y niños. Así que, sorprendida por el fenómeno y temerosa de que alguien se le cayera encima y le abriera la cabeza, decidió encerrarse en casa. Solo cuando la lluvia cesó, ella se atrevió a salir al jardín, donde se encontró con un hombre dormitando en el suelo. Ana, imaginando que debía estar hambriento, le invitó a merendar y, más tarde, también a cenar. Tiempo después, y ya convertidos en marido y mujer, Ana siempre explica que, un día, el amor le llovió del cielo.

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