miércoles, 28 de mayo de 2014

PARADERO DESCONOCIDO

Yo no creo en las casualidades, ¿y tú? Si estas pensando que sí, que las casualidades existen y que son cosas de azar, estás muy equivocado. Las cosas no pasan porque sí, sino porque el destino lo quiere. Os contaré una historia, podéis creerla o no, pero os aseguro que es verdad.
Era una tarde de verano del año 1962. Mis padres y yo caminábamos por nuestro enorme jardín. Los jardineros siempre hacían un buen trabajo, ya que tratándose de quién era mi padre, tenían que dar su mejor esfuerzo para conservar su trabajo. Mi padre era el propietario del mejor banco de Nueva York, y yo, su hija, era la heredera de su gran fortuna. Esto me convertía en el punto de mira de muchos secuestradores y delincuentes, que me querían raptar para pedir un rescate. Pero nunca lo conseguían. Hasta esa misma noche. Pero, no adelantemos acontecimientos. Vayamos paso a paso.

–        Hija mía, tengo que darte una gran noticia.
–        ¿Qué clase de noticia? ¿De las buenas o de las malas?
–        De las buenas, querida, de las buenas.
–        Adelante padre, os escucho.
–        Dentro de un mes, un gran amigo mío vendrá a pasar aquí las vacaciones con su familia.
–        ¿Y?
–        Bueno tiene un hijo, algo mayor que tú, y hemos estado pensando que deberíais, casaros.
–        ¿Cómo decís? Creo haber entendido mal. ¿Habéis dicho casaros?
–        Sí, mi querida hija. Es exactamente lo que he dicho.
–        Pues, lo siento, pero no pienso casarme con un desconocido.
–        No era una opción, lo harás porque yo lo ordeno.
–        ¿Ah sí?¿Y qué vais a hacer si me niego?
–        ¡Te quedarás sin mi fortuna y te irás de esta casa!
–        Pero...
–        ¡Nada de peros! 
Subí a mi habitación, más que triste, enfadada. Enfadada con mi padre, que era un machista y regalaba a su hija como ganado. Enfadada con mi madre por no haber intervenido. Enfadada conmigo misma por no poder hacer nada para impedirlo. Me tumbé en la cama y pensé, pensé y pensé qué es lo que podía hacer. Se hizo de noche y me dormí mientras seguía pensando. Pero entonces un ruido me despertó. Las ventanas estaban abiertas de par en par. Una sombra se acercaba a mí, silenciosa, pensando que todavía estaba dormida. Entonces me levanté y grité, pero la sombra fue muy rápida y me tapó la boca. Olía a cloroformo. Me desmayé. Al despertar estaba en una habitación oscura, típica de un motel de carretera. Me levanté, pero volví a caer al suelo, tenía las piernas entumecidas. Miré a mi alrededor en busca de un teléfono, pero el único que había no tenía línea. Entonces alguien entró en la habitación. Me quedé aterrada de miedo, acababa de darme cuenta de que me habían secuestrado y de que, seguramente, ese hombre (o mujer) pidiese un rescate. Intenté ver el lado positivo de todo aquello. Los planes de boda se retrasarían. Se dirigió a la televisión y la encendió. Con la luz pude ver que se trataba de un chico, más o menos de mi edad y que tenía el rostro serio. En la televisión estaban dando las noticias de última hora.

-Queridos telespectadores, tenemos una noticia de última hora. La hija de la familia más rica del país, los Anderson, está en paradero desconocido. La policía cree que se trata de un secuestro. Las autoridades van a intentar ponerse en contacto con el secuestrador.

El chico apagó la televisión y me miró.

-Sinceramente, ¿tú crees que lo que quiero es que me paguen tu rescate?
-Depende, si lo que queréis es dinero, mis padres tienen mucho y os darán todo lo que deseéis.
-Eso no es lo que quiero.
-Pues entonces dígamelo y yo le daré lo que desea.
-No creo que puedas dármelo.
-Solo dígalo.
-Quiero venganza.
-¿De qué habla?
-Tu padre llevó a la ruina a mi familia y ahora lo va a pagar.
-Entonces, ¿vais a matarme? Si lo vais a hacer, hacedlo rápido, no quiero sufrir más.
-No es lo que tenía en mente.
-¿Entonces?
-Lo único que pasará es que no vas a volver a ver a tu padre ni a tu madre.
-¿Me vais a sacar del país?
-Exacto. Siento que tengas que sufrir por su culpa.
-No me importa.
-¿Cómo?
-Sí, que no me importa. De todas maneras pensaba escaparme de casa, así que...

Los años pasaron y fuimos viajando por todo el mundo, huyendo de la justicia. Con el tiempo descubrí que aquel chico no era tan malo y nos empezamos a llevar bien. Además yo era libre, más o menos, visitaba lugares exóticos que nunca podría haber visto de no ser por ese chico. Al final, nos quedamos a vivir en un pueblo del norte de España, llamado Santander. Fuimos los mejores amigos y cuando veíamos la televisión de vez en cuando seguíamos viendo aquella noticia.

-La hija de los Anderson sigue en paradero desconocido.

Inés Miñor Diego. 2ºD (1er premio relato. 1er ciclo ESO)


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