jueves, 29 de mayo de 2014

PARADERO DESCONOCIDO

Acabo de regresar a casa. Son aproximadamente las ocho de la mañana, y mi boca está tan adormilada y pegajosa que ir a la cocina para dar un trago de agua se ha convertido en tarea de primera necesidad. No paro de maldecir a esos hipócritas de la editorial. Como si no supieran por lo que estoy pasando. Hacía tiempo que no lograba escribir como lo hacía cuando publiqué mis primeras novelas, desde que mi mujer y mi hijo desaparecieron sin dejar rastro. Ni una maldita nota acerca de su paradero, ni una miserable señal de referencia, esa arpía se llevó a mi hijo sin avisar a nadie. Por supuesto pensé en llamar a la policía pero, en parte, me sentía culpable. Días antes de que me abandonaran, había estado pegándola con demasiada violencia, y mi hijo, sospecho que se escondía, no había aparecido ni siquiera para comer. Siempre los maltraté, especialmente cuando volvía borracho, como ahora. El alcohol penetraba en mi cabeza e invocaba a los demonios verdes fruto de la rabia explosiva que me hacía estallar como una ola cuando choca contra la roca. Desde aquello también consumía todo tipo de estupefacientes y fármacos sin receta. Simplemente no quería ser quien era, ahora no quiero ser quien soy. Me tumbo en el sofá del salón y deposito una serie de cuadritos de LSD en la mesa, no puedo dejar de pensar que cuando estoy despierto no puedo llorar, ni reír, y tampoco escribir. Es como si no estuviera vivo. Estoy en ese punto en el que una angustia infernal hará las veces de verdugo si no consumo con rapidez alguno de aquellos pequeños cabrones.
¡Oh!, que magnífica sensación, ya estoy empezando a notar cómo me desvinculo de mi personalidad. Las texturas adquieren un extraño brillo. Media hora después soy capaz de percatarme de sombras, en las que nunca me había fijado, hay cientos de ellas. Las cosas grandes se vuelven más pequeñas, y las pequeñas más grandes. Me acuerdo de cuando mi abuelo me llevaba al circo. Siento su brazo por encima de mi hombro, y soy capaz de oír su suave y agradable voz, aunque no puedo descifrar lo que me quiere transmitir, sé que es importante. De repente, un bajón negro, porque puedo verlo y es negro, se acerca a mí. Estoy aterrado, no sé si es el infinito o un demonio, pero está tratando de poseerme, y lo va a conseguir. Ya lo ha conseguido. No soy dueño de mis actos, ni de ninguna de las partes de mi cuerpo. No puedo llorar, ni reír, pero puedo escribir. Tras unas horas de pesadilla pierdo la conciencia.
Cuando me levanté serían las once de la noche, no podía explicarme nada, nunca había estado tan desorientado. Mi cuerpo había sido torturado por fuertes temblores durante horas. Entonces vi un papel. Allí estaba esto que os estoy contando con morbosa delicia. Me doy cuenta y me da miedo. Ahora sé que el que ha desaparecido soy yo, no sé en qué punto de mi vida, pero llevo años en un paradero desconocido.


José Luís Agudo Gutiérrez  2º B Bachillerato (1er premio relato)

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