José Ignacio Eguizábal, jefe de Departamento de Filosofía, nos hace llegar los primeros premios del Concurso de Ensayo filosófico, que convoca dicho departamento todos los cursos y que este año han ganado dos alumnos Alicia Tejedor Vega e Ignacio Ruiz García de 2C de Bachillerato.
aquí tenéis las excelentes aportaciones de vuestros compañeros. Alicia ha obtenido el primer premio e Ignacio el segundo. ¡Enhorabuena!
EL CIVISMO O SÍNDROME DEL CAMELLO DE LA
SOCIEDAD ESPAÑOLA.
Alicia Tejedor Vega, 2º C Bachiller
Hace unos días observé como mi
padre había olvidado el periódico sobre la mesa del salón y al recogerlo para
dejarlo en el revistero decidí echarle un vistazo, no se bien si por curiosidad
o por puro aburrimiento, después de un rápido repaso en busca de la cartelera
del cine una triste idea me invadió, da igual el tiempo que transcurra y los
acontecimientos que sucedan cada día que siempre es más de lo mismo, todas las
noticias relacionadas con la vida social, económica o política de nuestro país,
tanto a nivel local, autonómico o nacional desprenden y provocan el mismo
sentimiento “ cabreo social generalizado”, motivado por distintas causas que
van desde las cifras del desempleo, el aumento de los contratos basura, el
incremento de los desahucios, los pelotazos y la especulación urbanística,
fraudes bancarios y a la seguridad social, la acechante prima de riesgo,
proliferación como las setas de procesos judiciales por fraudes y estafas a
nuestros representantes políticos, etc. Todo ello me hizo plantearme las
siguientes preguntas:
¿Quién forma esa
sociedad sufridora objeto de tanta injusticia social?
¿Cuáles son los
motivos o causas por los que nuestra sociedad española soporta esta situación y
sentimiento de rebote social generalizado y no se plantea ninguna rebelión ciudadana contra el orden y sistema actual establecido?
Estaba claro que no tenía ninguna
contestación precisa y convincente para las preguntas que me había planteado y
lo que era más importante, no sabía en que lugar o posición del engranaje
social o ciudadano me podía situar yo, como persona individual capaz de ofrecer
una opinión válida sobre esos problemas. Ante mi total desconocimiento sobre el
asunto intenté buscar unos conceptos básicos y claros, o al menos medianamente
claros para mí, que me sirviesen como punto de partida para mi futura
deducción.
Pensé,
en primer lugar, que el objetivo diana de tanta desdicha era el “ciudadano”, pero cuando intente
definir claramente que es un ciudadano me dí cuenta de que acabé divagando entre conceptos
abstractos que no me llevaron a ninguna conclusión, ahora más que nunca
comprendí y encontré consuelo en la afirmación de Aristóteles, que al igual que yo, tampoco tuvo muy claro
el concepto de ciudadano llegando a afirmar:
“A menudo se discute sobre el
ciudadano y en efecto no todos están de acuerdo en quién es ciudadano”.
Al
buscar el origen del término me remonté al concepto de ciudad
o "polis”, como unidad política más importante de la antigua Grecia, donde «ciudadano» era el hombre
que por haber nacido o residir en una ciudad era miembro
de esa comunidad organizada que le concede ser titular de los derechos y
deberes propios de la ciudadanía, quedando obligado a hacer que se cumplan
para poder organizar la vida en común.
El
asunto se complicaba, ahora con un nuevo término “ciudadanía”, ¿Quién es la
ciudadanía? lo más obvio, el conjunto de ciudadanos miembros de una
comunidad organizada pero si completo la definición situando a la ciudadanía
dentro de la actividad pública, como actividad opuesta y diferente a la
actividad privada de cada individuo orientada a la satisfacción de nuestras
personales necesidades cotidianas, el tema se me complicaba.
Resignada al
hecho de que intentar definir de manera única y sencilla los términos ciudadano
y ciudadanía me iba a resultar muy difícil, pues a lo largo de la historia
distintas condiciones y circunstancias (raza, etnia, religión, sexo, edad,
etc.) los habían transformado continuamente, decidí tomar como punto de partida
la Declaración de
los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789), de la Revolución Francesa,
donde se une el concepto de derechos con ciudadanía y se afirma que los derechos del
hombre son "naturales, inalienables y sagrados" y que todos los
hombres "nacen libres e iguales"; atribuyendo a los ciudadanos
ciertos derechos políticos, sociales y jurídicos, así como deberes del mismo
tipo vinculados al cumplimiento de ciertas leyes, como el respeto por los
derechos de los demás, por el mantenimiento de ciertas pautas de conducta y
por el compromiso con la sociedad.
A estas alturas de mi reflexión me quedó claro que la convivencia en comunidad con otros
ciudadanos exige una sociedad organizada y ordenada jurídica y políticamente.
Así nuestra Constitución Española de
1978 dedica su título I “De los Derechos y
Deberes Fundamentales” a recoger un amplio catálogo de derechos y
obligaciones personalísimos e inalienables atribuidos a todos los ciudadanos de
nuestro país, en virtud del
principio de igualdad. No
obstante, si el ser menor de edad me liberaba de la mayoría de mis deberes
ciudadanos no me gustaba comprobar que igualmente ese hecho provocaba la
privación de mi derecho a la participación y elección de mis representantes
políticos, lo que me colocaba en una clara situación de desventaja e impotencia
para participar en la llamada ciudadanía activa.
Si los
ciudadanos españoles soportan sobre sus hombros la actual crisis económica
acompañada de una pérdida de confianza en sus representantes e instituciones
políticas y una progresiva degradación de los valores éticos y morales que sirven de
pautas de conducta para nuestra organización social; ¿Cuál es el motivo de su pasividad y de su fe en nuestro orden o sistema
político-social actual?
La respuesta
a esta pregunta, según mi opinión, reside en una sola idea o actitud social, el
civismo, entendido como la actitud del ciudadano activo que cumple con sus
responsabilidades y obligaciones, de una manera equilibrada, para con la
comunidad, mostrando preocupación, solidaridad e interés por los demás miembros
de la misma. El civismo supone la observación de unas pautas
mínimas de comportamiento o conducta
social basadas en
el respeto
hacia el prójimo, el entorno natural y los objetos e instituciones públicas, la
buena educación,
urbanidad
y cortesía
que permiten que los seres humanos podamos vivir en colectividad. Sin duda, el
civismo era el motivo que yo buscaba desde el principio de mi razonamiento como
la pauta esencial del comportamiento actual de la ciudadanía española.
Precisamente es el civismo la
cualidad que más me acercaba al concepto de buen ciudadano que nos trasmitió Sócrates, un
ciudadano comprometido moralmente con su ciudad. Había que acatar las leyes
aunque fuesen injustas, puesto que no acatar las leyes significaba la
destrucción de la ciudad. El ciudadano ya no se compromete con su ciudad por
pertenecer al grupo, o por el miedo a ser castigado, si no porque es algo
moralmente adecuado. Por un momento, llegué a la siguiente conclusión:
Si
acatamos por civismo leyes injustas y nuestros gobernantes políticos han
perdido la virtud de la prudencia, que les es propia, según el modelo ideado
por Platón en su ciudad perfecta; ¿Hasta cuándo nosotros como ciudadanía (Masa
de hombres de bronce) conservaremos nuestra virtud de la moderación?
Desde
luego me resulta lejano imaginar, en nuestros días, el ideal platónico de
“ciudad en armonía perfecta”, presidida por la justicia, al igual que me parece
irónico la diferencia entre el concepto clásico de ciudadano activo, como el
que cumple con sus responsabilidades y obligaciones, de una manera equilibrada,
con nuestro concepto actual de “activista”,
como sinónimo de agitador social, pues rápidamente me viene a la memoria
todas las imágenes de la televisión sobre las plataformas antidesahucios,
acampadas 15M, barreras humanas ante las palas escavadoras, contendores
volcados, autobuses quemados, policías antidisturbios, etc. Está claro que la
moderación platónica de nuestra ciudadanía está progresivamente desapareciendo,
al igual que la apropiada conducta del buen ciudadano basada en la buena educación,
urbanidad
y cortesía
propia del civismo, así como la resignación solicitada por Sócrates para acatar las leyes injustas.
Equilibrar
la pesada balanza que cuelga del cuello de nuestra ciudadanía entre un civismo
responsable y una profunda decepción en las instituciones públicas y en el
orden social y económico establecido en nuestro país supuso que automáticamente
mi imaginación dibujase la figura de un camello con sus pesadas alforjas e
inmediatamente recordé las tres transformaciones del hombre que Nietzsche define en su libro “Así habló Zaratustra”, la
primera en camello, después en león y finalmente en niño.
Sin duda que el espíritu
de todos los españoles durante esta crisis que vivimos actualmente y que a
todos nos afecta en un sentido u otro, se ha visto transformado, sufriendo una transmutación de valores que nos lleva a replantearnos la justicia social
de ciertas leyes o normas impuestas por nuestro ordenamiento jurídico en aras
de una convivencia social democrática y pacífica, pero que a su vez son burladas y manipuladas por una minoría
de gobernantes políticos, banqueros etc. Que ya han olvidado que también son
ciudadanos y que al igual que todos nosotros deben velar por el bienestar
comunitario y no por la satisfacción de sus propios intereses.
Me divierte simular que el largo
camino que según Nietzsche
deben recorrer, de forma metafórica, los hombres para poder llegar a cambiar su
antigua moral por nuevos valores propios sería semejante al que tenemos que recorrer
nosotros como ciudadanos para cambiar y transformar nuestras reglas de
convivencia y respeto social para que nos sirvan de medicina y revulsivo ante
los males que atacan a nuestra sociedad, convirtiéndonos finalmente en
superciudadanos (niños).
Pero
de momento, en ese largo camino, que no sé si se podrá llegar a recorrer, ni cuanto tiempo costará hacerlo, solo nos
encontramos ante el primer paso, cuando el espíritu se convierte en camello. El
camello simboliza a los que se contentan con obedecer ciegamente, sólo tienen
que arrodillarse y recibir la carga, soportar las obligaciones sociales,
obedecer sin más a lo valores que se presentan como creencias, para mí, el camello
representa al ciudadano corriente de nuestro país, convertido en una bestia de
carga que renuncia a todo y es capaz de soportar todo lo que el orden político
y económico dominante le quiera echar sobre su espalda, llevando siempre esta
carga con civismo, de forma respetuosa y ejemplar ante el resto de la
ciudadanía.
No creo
sinceramente que la decisión inicial de votar y elegir a nuestros
representantes políticos a través de las urnas por parte de los ciudadanos de
nuestro país implique que todos tengamos que asumir sin rechistar las acciones
injustas de nuestros gobernantes, incluso cuando nuestras instituciones
democráticas de control o los distintos
Tribunales de Justicia puedan fallar a
la hora de evitar injusticias;
¿Hasta donde llega nuestra
responsabilidad?
Tal
vez ha llegado el momento de que nuestra ciudadanía española de un segundo
paso, convirtiéndose de camello a león, pero no puedo ocultar que me asusta en
cierto modo esa segunda transformación en busca de libertad, pues me parece muy
brusco pasar del civismo absoluto y la sumisión al orden establecido sin
cuestionarse nada a una anarquía social
que pueda impedir una mínima convivencia social pacífica, pues el león, como
espíritu desafiante, no tolera que nadie le toque ni se inclina ante nadie para
ser cargado, simbolizando al ser humano liberado de las cargas morales y
sociales, rechaza todos los valores tradicionales, su poder se consuma y agota
en el esfuerzo por la rebelión, es una lucha contra todo lo que le oprime y
agobia, representa el “yo quiero”. Nietzsche, en contraposición al león,
personifica en un dragón, que
representa todos los valores del camello, la figura del “tu debes“, si sigo mi razonamiento anterior el dragón será el
miedo a la anarquía o a la agitación y desorden social que lleva muchas veces a
los ciudadanos a mantenerse en una situación de inmovilismo y pasividad que les
aporta una falsa seguridad que lo único que provoca es aumentar todos los
problemas de la comunidad, solo el león se atreve a desafiar al dragón y a
salir victorioso en el combate que les enfrenta.
Me gustaría
que el final del camino nos depare convertirnos finalmente en superciudadanos
(niños) en similitud con el superhombre de Nietzsche, autosuficientes para
poder vivir libre de prejuicios, inocentes y creadores de una nueva tabla de
valores, capaces de transformar nuestra vida social o en comunidad en algo
digno de ser definido como una verdadera convivencia democrática presidida por
los valores de igualdad, justicia y solidaridad.
Pero
la voz de mi padre reclamando su periódico, “¿Dónde habré dejado el periódico?”,
“¿Es que no lo ha visto nadie?” Puso automáticamente fin a mis cavilaciones filosóficas, al menos por ese
día.
EL IMPACTO DEL MOMENTO
El hombre de otro
lugar
(Ignacio Ruiz García,
B2C)
Vivimos en un mundo
cambiante, rápido y globalizado. Estamos expuestos a un gran número de
estímulos que nos bombardean y compiten entre sí por acaparar nuestra atención.
En estas circunstancias, lo que hace unos días nos indignaba y provocaba
nuestro interés, es ahora sustituido por un acontecimiento más actual, y por lo
tanto, interesante. Conflictos que hace unos meses acaparaban conversaciones,
titulares de periódicos y dominaban las redes sociales se han desvanecido tras
eso conocido como “Sensación del momento”. Pero siguen abiertos. Mucha gente
sigue muriendo día tras día sin que hagamos nada, ni les dediquemos un simple
pensamiento después de la novedad inicial. Mientras tanto, tumbados en el sofá
del salón, esperamos, ansiosos por ser los primeros en enterarnos y comentar
sobre la próxima Ucrania, Nigeria o Iraq, olvidando que estas no han acabado y
que ahí siguen. Así es que, ¿cómo hemos llegado a esta situación?
Antes de todo, es
importante el hecho de que vivimos en la Era de la Información. Del mismo modo
en el que en sus inicios la Edad Moderna se vio acelerada por el descubrimiento de nuevas rutas
interoceánicas y la imprenta, y la Contemporánea por la aparición de nuevos
movimientos políticos y sociales que acabaron con el orden anterior, la nuestra es una sociedad intercomunicada a escala global, en la que los medios de
comunicación e información juegan un papel crucial. A través de la prensa, la
radio y televisión, y especialmente internet, podemos hoy obtener información
sobre cualquier lugar del mundo casi instantáneamente. Esta facilidad y rapidez
en el intercambio de información ha tenido, en el mayor de los casos, un efecto
positivo en la humanidad como conjunto, permitiendo la posibilidad de
prepararnos antes ante catástrofes como huracanes, comunicarnos con casi
cualquier punto del planeta o facilitar enormemente la difusión de la cultura.
Sin embargo, eso no implica
siempre buenas consecuencias. Al margen de distintos trastornos que pudieran
surgir, el disponer de más información no implica necesariamente disponer de
más conocimiento o sabiduría. En la mayor parte de las ocasiones, no poseemos o
no hacemos uso de las habilidades necesarias para procesar y analizar esta
información. Así, retenemos únicamente aquello que nos impacta más en
comparación con los demás sucesos, aunque no seamos capaces de entenderlo. Lo
que nos importa es el hecho de conocerlo y poder comentarlo. La información ya
es deseada por sí sola. Nos da igual que no sepamos dónde está Tombuctú o lo
que fue el Imperio Asirio. Lo que queremos es que la gente crea que estamos
enterados de ello durante el tiempo en el que aún está de actualidad.
Así, cada vez más a menudo,
los medios de comunicación tratan de atraernos mediante titulares
sensacionalistas, aunque muchas veces no se correspondan con el contenido de la
noticia. No quiero decir que esto ocurra en todos los casos, pero a mi juicio
se trata de una corriente al alza, especialmente a través de redes sociales
como Twitter, donde el principal objetivo es alcanzar la máxima difusión y
número de visitas. Aunque soy un usuario regular de la misma, he de admitir que
muchas veces los usuarios nos limitamos a compartir la publicación, sin
detenernos un instante a leerla y considerar si la información que se nos
presenta es veraz.
El 14 de abril de 2014, más
de 200 niñas alumnas de un internado en Chibok, al norte de Nigeria, fueron
secuestradas por el grupo terrorista Boko Haram. Rápidamente las redes sociales
se inundaron con la etiqueta “Bring back our Girls”. Internet se inundó durante
varios días por la indignación mundial ante esta calamidad, siendo muchas las
personalidades y gobiernos que exigieron la liberación de las estudiantes y la
actuación contra los atacantes. Casi un año después, las niñas siguen en manos
de los secuestradores, casi olvidadas de no ser por el gobierno nigeriano y sus
familias. Mientras tanto, el resto del mundo ha desplazado su atención a
asuntos más interesantes, como el ambiguo color de un vestido o las peripecias
de un grupo de famosos conviviendo en una casa bajo la atenta mirada de la
audiencia.
De igual modo, el conflicto
en el este de Ucrania lleva ya más de un año abierto, y después de varios meses
en la primera línea de los titulares, su cobertura se ha reducido a un par de
artículos a pie de página o una mención de pasada en la información sobre
alguna cumbre internacional. De este modo, se mantiene abierta una guerra en
nuestro propio continente, no demasiado lejos de nosotros, mientras a la mayor
parte de la población la mención del conflicto le parece un asunto del pasado,
del lejano momento que constituye el año pretérito.
Igualmente, la
actualidad se ha visto salpicada estos
últimos días por la noticia de la salvaje destrucción de monumentos artísticos
de gran valor cultural por parte de las tropas del Estado Islámico en varios
complejos históricos de Oriente Próximo. No cabe duda que la conmoción global
que esto ha generado está justificada, pero parece que nuestra sociedad se
había olvidado de las atrocidades que llevan siendo cometidas por estos
terroristas durante numerosos meses, después de que saltasen a la primera plana
las numerosas ejecuciones sucedidas este verano y que han continuado durante
todo este tiempo. Nuevamente, estas han pasado bastante desapercibidas por las
noticias de nuestro país.
Estos son solo tres
ejemplos de graves conflictos que están sucediendo en nuestro planeta, a los
que decidimos dar la espalda. En un mundo cada vez más globalizado no nos
podemos permitir tratar de permanecer aislados de lo que ocurre en otros
lugares y atender únicamente cuando nos interesa. No estoy diciendo con esto
que todos nosotros tengamos esta actitud pasiva y superficial ante los
acontecimientos, ni que todos los medios de comunicación lleven a cabo estas
prácticas. Pero lo que es un hecho es que cada vez son más comunes estas
acciones, que pueden acabar llevando a
la desinformación, incluso a la ignorancia, muchas veces voluntariamente
provocada por nosotros mismos, que consideramos que un acontecimiento pierde
importancia al mismo ritmo que deja de ser novedad.
No podemos permitirnos esta
actitud infantil e inmadura ante el mundo que nos rodea, reaccionando
únicamente y de forma momentánea ante la novedad, el impacto del momento,
observando los acontecimientos como si de un programa de telerrealidad o una
película se tratase, cuyo único sentido y propósito es nuestro entretenimiento
pasajero. Debemos interpretar la información de forma responsable y comprometida,
poniéndonos en el lugar de aquellos que están viviendo ese suceso, más allá de
unas cuantas imágenes espectaculares o sórdidas.
Para esto, creo que es
necesario un compromiso doble, tanto por parte de los medios como de la
sociedad. Por una parte, las fuentes de las noticias deberían informar de una
forma veraz y honesta, ateniéndose a la verdad y a lo que ellas, en su opinión,
consideren de mayor utilidad para el ciudadano. Este, a su vez, tendría que
tratar de informarse lo mejor que pueda, por su propio interés, para comprender
el mundo en el que habita, entender la situación que se está viviendo y poder
actuar y opinar en consideración. Para ello es necesario que, desde los
gobiernos, se apueste por políticas educativas que enseñen a tener una actitud
crítica, en constante búsqueda de conocimiento e implicados con los demás.
Otra cosa bien distinta es
que esto interese. Parece ser que vende más el último lío del famosete de turno
que la situación del Ébola en la República del Congo. Mientras esto permanezca
así, y prefiramos entretenernos con las noticias antes que informarnos con
ellas, mucho no puede cambiar. En cualquier caso, una reflexión sobre el tema
nunca viene mal.
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