Espero que os gusten.
¡Tranqui Tronqui!
Esa era la noche, Palote y
Mariapalito iban a ser padres por primera vez. Observaban su huevo emocionados
mientras se movía, a punto de desprender el opérculo que lo sellaba y así
permitir la salida de la ninfa. Al fin, el pequeño fásmido asomó su cabecita, y
los padres exclamaron alegremente: ¡Es un macho! ¡Lo llamaremos Tronqui!
Mariapalito dijo:-Jo Palote, en 5 o 7 mudas ya no os distingo.
Tiempo después, siendo Tronqui un
crío, ocurrió una tragedia.
Estaba él jugando en su árbol cuando
tropezó y cayó a ramas inferiores, lejos de su familia. Sus padres se pusieron
a buscarle, pero debido a su aspecto críptico, era casi imposible verle,
gracias a sus características de homotipia y homocromía que le dan el aspecto
de una ramita. Palote dijo muy tristemente:-Vaya palo, Maripalito… Y la madre
exclamo mirando hacia el suelo:- ¡Tranqui Tronqui!
Por suerte, Tronqui recordó que los
bichos palo además de la cripsis, tienen otra cualidad para zafarse de los
depredadores, que consiste en emitir un sonido que les ahuyenta. Entonces
Tronqui empezó sonar con todas sus fuerzas y sus padres le oyeron y fueron a
buscarle sin pensarlo.
Al fin sus padres le encontraron y se
abrazaron, prometiéndose estar juntos siempre.
Nicolás
Alvear
El marsupio de los canguros.
Sentado a la sombra del Monte Uluru
en Australia, el viejo de la tribu de aborígenes, Iponemo, cuenta a los jóvenes
el origen del marsupio de los canguros:
Un día, un canguro, pero no cualquier
tipo de canguro, él era Tito, un macropódido, conoció a una canguro de nombre
Mina.
Tito saltaba tranquilamente por los
desiertos de Australia, cuando, en la lejanía, oyó con sus orejas móviles un
extraño ruido. Atento, se detiene a escuchar, y percibe un agudo silbido.
Instintivamente, salta hacia un lado. Así consigue esquivar la lanza que pasa
por donde él estaba hacía tan solo un segundo. Asustado, Tito huye a grandes
saltos gracias al largo calcáneo de sus patas traseras en dirección contraria a
la de la lanza, hacia un bosque. Tropieza y está a punto de caerse cuando una
férrea cola lo arrastra hacia una pequeña caverna oculta bajo un promontorio de
rocas. La cola que le ha salvado pertenece a una canguro preciosa. Cuando le
pregunta si le perseguían los
aborígenes, Tito asiente y rápidamente se da cuenta de que su salvadora tiene
un feo rasguño en el abdomen. La cuida durante una semana y no puede evitar
enamorarse de ella. Una noche Mina se encuentra mal. Al día siguiente da a luz a un precioso bebé, y como no saben
dónde ponerlo, lo meten en la bolsa que se formó al cicatrizar la herida.
Y aquí acaba la historia de Iponemo,
la cual se la contó su abuelo, y a ese el suyo, y así hasta el inicio de los
tiempos.
Sergio Diego Pola
El Renacer
Saludé al Sol, una mañana más. La vid se erguía, orgullosa ante aquel nuevo día de caluroso mediterráneo. Apenas llovía, aunque era un arbusto fuerte, el tiempo de sequía le comenzaba a afectar.
Nuevamente, el nervioso pensamiento de que quizás aquel fuera el gran día revoloteaba en mi mente. Me imaginaba fermentando en una bodega para, tiempo después, escuchar el corcho de la prestigiosa botella en la que estaría contenida.
Observé al resto de mis compañeras de racimo. Las demás bayas parecían no pensar en tales cosas. Yo en cambio, pasaba el tiempo observando aquella planta autofértil en la que vivía y de la que a finales de febrero comenzaban a caer los pámpanos de color amarillento. Miraba el tronco, lleno de sarmientos, en los que brotaban hojas y frutos y que con el tiempo lignificaban adquiriendo un tono marrón.
¿Cuándo
llegaría el día en el que me recogerían para ser parte de un caldo?
Y entonces…
todo comenzó a moverse a gran velocidad. Salí disparada del racimo, comencé a
caer y a caer hacia el suelo.
Adiós a mi
sueño de ser parte de un fabuloso vino californiano… Pasó el tiempo, y me
convertí en lo que nunca imaginé.Yo era la
madre de montones de nuevas uvas. Yo, ahora era una nueva vid.
Arancha
Angulo y Julia Gutiérrez
Igualdad en la manada
Me aburría de ser una leona, siempre estoy a los pies del jefe de la
manada, siempre encuentro comida para los machos, siempre hago caso a sus
órdenes, siempre las hembras somos sus defensoras. Si yo fuera un león
espabilaría más por si nos atacan,
protegería a los pequeños de la familia y hasta iría a cazar. ¡Pero no!
Todo lo tenemos que hacer nosotras. En lo único en lo que podemos opinar es en
la época de celo, y solo para elegir al macho, porque después ellos eligen las
crías que se quedan y a las que destierran.
-¿Qué te pasa Roxy?-me preguntó una leona.
-Nada. Solo pienso en por qué nosotras tenemos que hacer todo lo que nos
dicen. Si nos rebeláramos, ¡ellos morirían de hambre porque no saben cazar!-le
respondí
-No digas tonterías, ¿para qué abandonarlos? Siempre hemos vivido así.
¿Por qué habría de cambiar?
-No sé, si te contara lo que pienso seguramente no me entenderías.
Después de eso me fui a mi cueva, a ver a mi hermana para explicarle mis
planes. A ella le pareció bien pero me dijo que tuviera cuidado, que me podrían
desterrar. Como le había sucedido a ella.
Por la noche me dirigí a donde dormía mi marido Aslan, el jefe. Con mucho
cuidado, le empecé a cortar la melena y, cuando terminé, me marché corriendo
detrás de una roca para ponerme la melena robada. Luego regresé y me hice la
dormida. Al amanecer oí unas fuertes carcajadas. Abrí un ojo y vi a las leonas
en un círculo. Entonces me di cuenta de que el ambicioso de mi marido intentaba
explicarles quién era y nadie le creía.
Por la tarde, cuando llegaron las leonas de cazar, me llevé al león a mi
cueva para explicarle todo. Le pareció mal pero luego le conté como me sentía y
me comprendió.
-Los leones abusáis mucho de nosotras y además nos quitáis lo que más
queremos, nuestras crías.
Finalmente llegamos a un acuerdo: yo sería el jefe para igualar un poco
la situación de la manada. En la época de celo, nos intercambiaríamos los
papeles y luego seguiría yo como león, ya que nos dimos cuenta de que dirijo
mejor yo.
La época de celo llegó y no nos dimos cuenta. Todas las leonas iban
detrás de mí y no tuvimos tiempo de ir a la cueva. Como ya me había hecho al
papel de macho, intente aparearme con una hembra pero no pude, la hembra
extrañada se largó algo indignada. Por la noche nos fuimos rápido y nos
intercambiamos los papeles.
Mi marido eligió a una de las hembras más jóvenes de la manada y a mí me
eligió Rocko, un león de gran melena,
fuerte cuerpo y de edad parecida a la mía. Cuando finalizó el apareamiento, las
hembras fuimos a descansar. Al pasar los 110 días del periodo de gestación,
todas las hembras dimos a luz a una camada de entre una y cuatro crías, y yo
tuve dos leoncitas y un león.
Más tarde, Aslan y yo volvimos a cambiar los papeles y nuestro secreto
duró siempre.
Ana
Sedano Herrera y Marina Campomar Prieto
La oruguita fea
Era se una vez en un jardín muy lejano una horrenda oruga. Las demás
orugas se mofaban de ella puesto que no era muy agradable a la vista. La
pequeña oruga tenía unas piezas bucales muy feas, unos colores poco llamativos
y unas lorzas muy pronunciadas.
Pasados unos meses, el resto de orugas llevaron a cabo una metamorfosis
holometábola y pasaron a ser bellas, esbeltas y grandes mariposas. Ella sentía
envidia porque no creía que pudiese sufrir tal transformación. Un día empezó a
comer, comer y comer. Días más tarde se sintió pesada y quiso reposar. Paso el
tiempo y se cubrió con una fina seda y volvió a dormir
La oruguita se levanto de su larga siesta, se sentía diferente, como si
hubiera sufrido una reorganización morfológica. En un descuido se cayó del
árbol en el que vivía creía que iba a ser su fin, pero no fue así sin darse
cuenta desplego sus alas cubiertas de escamas quitinosas se libro de una muerte
segura. Volvió con el resto de mariposas, estas se quedaron anonadadas al ver
la belleza que esta poseía. La mariposa se burlo del resto, cosa que no debió
hacer.
Ella había sufrido mucho con los constantes maltratos tanto psicológicos
como físicos propinados por el resto de orugas en su infancia. Pero ahora todo
había cambiado, ella era la más guapa, la más inteligente y la más bondadosa,
pese al rencor que acumulaba contra las otras mariposas, ella supo perdonar. Todos
tenemos que aprender algo de Hachiko.
Juan Jorde y Javier
Aparicio
La pequeña hormiga
En África, hace mucho tiempo, nació una hormiga, que creció hasta que ya
no pudo más. Veía pasear a las jirafas, esos enormes animales que andaban por
delante de su hormiguero con sus enormes patas. La hormiga tenía envidia de
ellas. No se veía ninguna habilidad así que fue donde sus padres y les
preguntó, que si las hormigas tienen alguna habilidad. Los padres se miraron
con cada uno de los omatidios de sus ojos compuestos y le dijeron que lo
descubriese ella sola.
La hormiga triste y pensativa
salió del hormiguero mientras pensaba en las jirafas que había visto antes.
Ellas podían verlo todo desde ahí arriba, luego pensó en los hipopótamos, con
esas grandes bocas, pensó también en los elefantes con esos colmillos y esa
probóscide, pero la pequeña hormiga no veía ninguna habilidad que tuviese ella,
siguió andando para conseguir ver algún animal para poderse comparar. Encontró
unas aves en una pequeña charca. Pero ellas podían volar y la hormiga no, a si
que continuó. Encontró una manada de leones. Ellos eran fieros y agresivos, en
cambio ella no podía atacar a animales grandes, siguió y vio a unas cebras y unas gacelas, ellas eran muy
bonitas, con esas rayas y esos cuernos, de repente se oyó algo. Era un guepardo
que estaba en busca de comida. Este atrapó enseguida a una gacela. La hormiga
asombrada pensó en esa velocidad que tenía. Pero ella no encontraba esa
habilidad que tenía, de repente se oye caer algo, era un hueso que se le había
escapado al guepardo al desgarrar la pieza, e iba directamente hacia ella. No
la dio tiempo a escapar y ahí descubrió una de sus habilidades. Con su fuertes apéndices
articulados cogió el hueso y se le quitó de encima. Ya que las hormigas pueden
coger mucho peso. Luego con sus mandíbulas partió una rama cuando volvía a su
casa para contarle a su familia lo ocurrido.
Moraleja: Busca tu habilidad, ya que todos tenemos una.
Pablo de Celis Martín
Amor a primera vista
En una época remota, en el sur de África, había un rebaño en el que tenían un gran problema: los machos no se diferenciaban de las hembras, no había dimorfismo sexual, porque no tenían astas. Estaban ya desesperados porque estaban extinguiéndose, ya que no podían reproducirse sin saber antes si el individuo era del sexo opuesto o no.
Mientras tanto, en el noreste de Asia, había otro rebaño muy desarrollado, todos los individuos poseían cuernos, tanto los machos como las hembras, se reproducía endogámicamente. Ese era su mayor problema porque sus descendientes eran todavía más desarrollados que los progenitores y tenían más necesidades que su hábitat no podía cubrir.
Todos los otoños, ambos rebaños hacían la misma ruta migratoria, pero este año tuvieron que cambiar el recorrido debido a una borrasca que les retrasaría el viaje. El rebaño que no tenía cuernos ya había asumido que este sería su último otoño, ya solo quedaban individuos adultos de avanzada edad.
Empezaron su migración con dos días de separación, con motivo de su cambio de ruta coincidieron en un valle en el que abundaba la hierba fresca, también había un pequeño riachuelo. En ese punto, se juntaron los dos rebaños. Era la época de la berrea.
Desde el primer momento dos de los especímenes más jóvenes de cada rebaño se enamoraron perdidamente el uno del otro, se aparearon a pesar del temor de qué podían engendrar una quimera.
Ocho meses después nacieron dos hermosas crías de ciervo, un macho y una hembra, aparentemente normales. Pero al año, al macho le empezaron a crecer los astas y a la hembra no.
Esto empezaba a ser preocupante, hasta que vieron que a otras parejas entre los dos rebaños le ocurría lo mismo, a las hembras no les salían cuernos.
Tiempo después descubrieron que esto estaba causado por la unión entre los dos rebaños, esto ha dado lugar a la especie de ciervo común de nuestro tiempo.
Julia González y Sofía Ruiz
Antonio el narwhal
Antonio el narwhal estaba con su amiga
Sheila, dos cetáceos odontocetos. Sheila dio:
-Antonio ¡qué colmillo más grande tienes!
Antonio con voz grave:
-Claro, tú también, lo utilizamos como
receptor sensorial.
Sheila aturdida:
-Oye Antonio ¿te puedo hacer una pregunta?
- claro
-Oye ¿Tú cuanto mides y pesas?
-Bueno, pues los narwhal como nosotros
pesan entre 1000-1600 kg y llegan a medir 4,5 metros de longitud. Y tú, Sheila
¿dónde naciste?
-Yo crecí
entorno a bloques de hielo que se formaron en invierno en torno a las aguas
árticas.
- Oye Sheila
-Dime
- ¿Conoces a
los Inuit?
-Si
-Mataron a mi
padre para comerciar con su grasa, su carne y su largo y helicoidal colmillo
que le llegó a medir 2 metros y a pesar
10 kg.
-Que pena. Yo
todavía no he llegado a conocer a los míos.
Jerónimo Ramos Cueli e Iván Bahamontes Chapero
No hay comentarios:
Publicar un comentario